martes, 15 de junio de 2010

Dos viajes al Monte Athos-Eugène Melchior de Vogüé & Nilolái Strájov



Dos viajes al Monte Athos-Eugène Melchior de Vogüé & Nikolái Strájov.
Editorial Acantilado
ISBN 978-84-96489-74-5

Muchas veces cuando se investiga a un personaje o a un autor de calidad encontramos entre sus obras referencias cruzadas que distanciándonos momentaneamente del camino emprendido abren nuevas perspectivas y descubren curiosos tesoros.
Selma Ancira ha llevado a cabo para Acantilado notables traducciones de los Diarios (en ruso 13 volúmenes) y Correspondencia (32 volúmenes de cartas) de Tolstoi. Entre los interlocutores del autor ruso figura Nicolai Strajov, filósofo, escritor y biografo de Dostoievski quien realizó un viaje al Monte Athos con motivo de las opiniones vertidas por el vizconde De Vogüé, viajero y ensayista francés que había visitado también la península athonita.
La editorial Acantilado reune las impresiones de Strájov (traducidas por Selma Ancira) y de Vogüé (traducción de David Stacey) en un pequeño volumen. Rescata así dos obras perdidas entre los fondos del Museo Tolstoi y la Biblioteca parisina.


Ambos autores comparten unos días con los monjes athonitas, pero sus conclusiones no pueden ser más diferentes. Mientras para Vogüé asoman por las ventanas "unos gorros negros, a los que siguen unos rostros demacrados y ojos tristes que vagan lánguidos por los extensos territorios del hastío", para Strájov la placidez rodea la vida en Athos "no se elevaba la voz, no trasmitían irritación o enojo, no se apreciaba en ellas el menor desprecio o brusquedad. Aquellas voces (....) sonaban dulces, puras y libres".
Ambos autores llegan impelidos por la curiosidad, deseosos de sentir lo que se supone es un lugar fuera del mundo, anclado en el medievo. En su estancia visitan varios monasterios en especial De Vogüé interesado por el arte bizantino, al que admira en las obras del famoso Pansélinos (frescos del Karyés) y sin embargo luego criticará en la producción de sus discípulos que para él fosilizan su arte, ya que "el arte no vive de tradiciones sino de audacias individuales. Un arte que no arriesga es un arte condenado"


Nicolai Stájov no se detiene en el patrimonio artístico de los monasterios, para él la única hermosura es el mar "no en vano desde los tiempos más remotos, eligieron los monjes estos solitarios parajes. Ya se sabe que los monjes aprecian, y mucho, la hermosura de la naturaleza": Simonos Petra, Dionysiou....

"El mar azulea y resplandece justo debajo de uno, alrededor está el espacio infinito salpicado de montañas e islas lejanas y, como marco, los bosques, las colinas, los peñascos y las calas de la península athonita. Pero eso no es todo; gracias a cierto refinamiento en todo este deleite, los prodigiosos balcones poseen una particularidad que no puede pasar inadvertida: entre las hermosas y bien aseguradas tablas del suelo han sido dejadas delgadas ranuras, finos espacios vacíos que hacen que se tenga la impresión de que el color azul del mar, con todos sus destellos, estalla allí donde uno está pisando...."


Reconoce Strájov que el silencio y la tranquilidad resulten insoportables a temperamentos vivos y las muchas horas dedicadas a la oración pueden producir estupor y terror en espíritus poco inclinados a la vocación religiosa, pero esto lejos de ser considerado como una forma de mendicidad o como comenta De Vogüé "pura pereza de espíritu, por indiferencia a todas las cosas" o "la incurable repugnancia que Oriente siente hacia la dura ley del trabajo", proviene del concepto erróneo de "privación" y de "trabajo". El monacato es el acercamiento a Dios en gentes que son capaces de sentir gozo en ello y ofrecer su vida en alabanza permanente.
Interesante contraposición de posturas que todavía hoy persiste.

domingo, 6 de junio de 2010

Raymond Isidore y su catedral



Raymond Isidore y su catedral
Edgardo Franzosini
Editorial Minúscula
ISBN 84-95587-09-2

Hay algunos libros publicados por Minúscula que son desde su título o en su sinopsis como un misterio que se nos ofrece a descubrir.



Edgardo Franzosini ganó con este libro el premio L´Inedito-María Bellonci en 1995. Se trata de una vida imaginaria, un tipo de narración en el que biografía y fantasía se dan la mano. Uno de los repesentantes de este tipo de literatura fue Marcel Schwob autor de Vidas Imaginarias (1896) libro de relatos biográficos en el que citando a Borges "inventó un método curioso. Los protagonistas son reales, los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos. El sabor peculiar de esta obra está en el vaivén". Esto es lo que tenemos en esta obra, un vaivén entre un personaje real Raymond Isidore y su famosa catedral: La Maison Picassette, y unos pocos datos para levantar toda una biografía imaginaria.

Este libro sugestivo consigue atrapar al lector no sólo por la naturaleza del personaje principal, sino por su otro protagonista: la catedral de Chartres. El eje que configura el libro y que a mi me parece muy bonito es el momento en que la catedral de Chartres se queda ciega.

Pero vayamos por partes: Raymond Isidore nace en 1900 en el seno de una familia humilde de fundidores. En su infancia pierde la vista y hacia 1911 la recupera de forma sorprendente. Este episodio es narrado por Franzosini de un manera muy hermosa situando la accion dentro de la catedral:

"abrió de par en par los apagados ojos y lentamente empezó a distiguir , además del esplendor confuso de los colores, las imágenes de la vida de San Silvestre"

Toda la vida de Isidore es completamente humilde: sus trabajos, su matrimonio, su casa hecha con sus propias manos: una casa simple, formada por piezas alineadas una tras otra y de una sola planta a la que dedica todas sus horas libres.....y todo dentro del más absoluto anonimato.
Dos acontecimientos importantísimos tienen lugar en 1935, por una parte un cambio de trabajo le lleva a ser guardián del depósito de residuos de su ciudad; por otra, las señales inequívocas de guerra en Europa:

"un atardecer, la mirada de Raymond recorría el cuerpo gigantesco de aquella montaña de basura, de los pies hasta la cumbre ya inaccesible (...) Mientras tanto la luz del día palideció del todo, la luna se elevó alta, y a Raymond le pareció como si sobre los flancos oscuros de la montaña alguien hubiera encendido una capa resplandeciente y palpitante, si bien cubierta de amplios agujeros. Este destello se debía a los fragmentos de vajilla, a las esquirlas de botella que constelaban las laderas de la montaña y que trazaban los perfiles brillantes de figuras insinuadas"

La ciudad de Chartres se prepara para lo que está por venir. La mayor preocupación fueron las vidrieras de la catedral y se inició con la colaboración de todos los vecinos el traslado de sus diez mil figuras "con paciencia infinita". Franzosini lo narra de una manera preciosa:

"La operación fue posible, por otra parte solo gracias a la contribución de la ciudad entera. Carniceros, panaderos, armeros, peleteros, carpinteros, posaderos, cambistas y todo el que ejercitase cualquier arte, negocio u oficio, se afanaron en poner a salvo y en mantener inactas aquellas obras de vidrio historiado que sus progenitores, entonces todavía reunidos en corporaciones, habían donado a la catedral"

En este momento el escritor coloca a nuestro personaje entrando en la catedral y descubriéndola desolada y apagada....como ciega tras unas vidrieras opacas. Acordándose de su propia ceguera Raimond Isidore engendra la idea de la Maison Picassiette, compensar el daño, agradecer la gracia. Día tras día en el mayor de los secretos amontona platos, tazas, cuencos y escudillas reduciéndolos a añicos, limpiándolos de suciedad y clasificándolos...Es una época convulsa, sus problemas oculares y también psicológicos lo inhabilitan para el servicio militar...Raimond se encierra en su casa renunciando a su empleo para recrear allí rosetones y vidrieras que devolvieran a Chartres sus ojos.

Son varias las anécdotas que Franzosini desgrana a lo largo de la narración, como pequeños trocitos de certezas pegados con imaginación. Isidore tardo 26 años de su vida en su proyecto y utilizó aproximadamente 15 toneladas de fragmentos de vajilla y cristal con las que cubrió suelos y paredes, mobiliario y hasta pequeños objetos. Era un hombre sin cultura, practicamente analfabeto y sin ninguna noción de arte o diseño, ni siquiera hacía un dibujo previo que le sirviera de guía en la ejecución de los mosaicos. Sus motivos van desde las flores hasta finalmente los paisajes y los grandes murales que poco a poco se fueron depurando y complicando.


Hoy la Maison, llamada también la otra Notre Dame de Chartres es monumento de interés histórico, declarado así por el Gobierno francés desde 1982 y abierta al público. Por ella pasan al año miles de personas.

Al acabar las páginas de este extraño libro no sé si estar más agradecida a Franzosini por su forma de narrar o a Raimon Isidore por su vida, por esa demostración palpable de que cada ser humano, no importa lo que diga la lógica, es único, mágico e impredecible.