Dos viajes al Monte Athos-Eugène Melchior de Vogüé & Nikolái Strájov.
Editorial Acantilado
ISBN 978-84-96489-74-5
Muchas veces cuando se investiga a un personaje o a un autor de calidad encontramos entre sus obras referencias cruzadas que distanciándonos momentaneamente del camino emprendido abren nuevas perspectivas y descubren curiosos tesoros.
Selma Ancira ha llevado a cabo para Acantilado notables traducciones de los Diarios (en ruso 13 volúmenes) y Correspondencia (32 volúmenes de cartas) de Tolstoi. Entre los interlocutores del autor ruso figura Nicolai Strajov, filósofo, escritor y biografo de Dostoievski quien realizó un viaje al Monte Athos con motivo de las opiniones vertidas por el vizconde De Vogüé, viajero y ensayista francés que había visitado también la península athonita.
La editorial Acantilado reune las impresiones de Strájov (traducidas por Selma Ancira) y de Vogüé (traducción de David Stacey) en un pequeño volumen. Rescata así dos obras perdidas entre los fondos del Museo Tolstoi y la Biblioteca parisina.
Ambos autores comparten unos días con los monjes athonitas, pero sus conclusiones no pueden ser más diferentes. Mientras para Vogüé asoman por las ventanas "unos gorros negros, a los que siguen unos rostros demacrados y ojos tristes que vagan lánguidos por los extensos territorios del hastío", para Strájov la placidez rodea la vida en Athos "no se elevaba la voz, no trasmitían irritación o enojo, no se apreciaba en ellas el menor desprecio o brusquedad. Aquellas voces (....) sonaban dulces, puras y libres".
Ambos autores llegan impelidos por la curiosidad, deseosos de sentir lo que se supone es un lugar fuera del mundo, anclado en el medievo. En su estancia visitan varios monasterios en especial De Vogüé interesado por el arte bizantino, al que admira en las obras del famoso Pansélinos (frescos del Karyés) y sin embargo luego criticará en la producción de sus discípulos que para él fosilizan su arte, ya que "el arte no vive de tradiciones sino de audacias individuales. Un arte que no arriesga es un arte condenado"
Nicolai Stájov no se detiene en el patrimonio artístico de los monasterios, para él la única hermosura es el mar "no en vano desde los tiempos más remotos, eligieron los monjes estos solitarios parajes. Ya se sabe que los monjes aprecian, y mucho, la hermosura de la naturaleza": Simonos Petra, Dionysiou....
"El mar azulea y resplandece justo debajo de uno, alrededor está el espacio infinito salpicado de montañas e islas lejanas y, como marco, los bosques, las colinas, los peñascos y las calas de la península athonita. Pero eso no es todo; gracias a cierto refinamiento en todo este deleite, los prodigiosos balcones poseen una particularidad que no puede pasar inadvertida: entre las hermosas y bien aseguradas tablas del suelo han sido dejadas delgadas ranuras, finos espacios vacíos que hacen que se tenga la impresión de que el color azul del mar, con todos sus destellos, estalla allí donde uno está pisando...."
Reconoce Strájov que el silencio y la tranquilidad resulten insoportables a temperamentos vivos y las muchas horas dedicadas a la oración pueden producir estupor y terror en espíritus poco inclinados a la vocación religiosa, pero esto lejos de ser considerado como una forma de mendicidad o como comenta De Vogüé "pura pereza de espíritu, por indiferencia a todas las cosas" o "la incurable repugnancia que Oriente siente hacia la dura ley del trabajo", proviene del concepto erróneo de "privación" y de "trabajo". El monacato es el acercamiento a Dios en gentes que son capaces de sentir gozo en ello y ofrecer su vida en alabanza permanente.
Interesante contraposición de posturas que todavía hoy persiste.