Nicolae Steinhardt nació en 1912 en el seno de una familia judía. Su padre era ingeniero, estudió en la politécnica de Zurich en donde coincidió con Albert Einstein; por línea materna era pariente de Sigmund Freud. Estos detalles apuntan a un ambiente familiar cultivado. Desde niño se sintió atraído por el cristianismo, el libro que nos ocupa está lleno de pequeños recuerdos infantiles de la iglesia de Capra, las festividades ortodoxas, el sonido de las campanas. Siendo alumno del Liceo Spiru Haret es el único judío que asiste a clases de religión ortodoxa.
En 1932 se licencia en derecho y lo largo de esa década intenta acercarse al judaísmo aunque sus tentativas de integración acabarán en fracaso. Durante la Segunda Guerra Mundial, Rumanía es aliada de Alemania, por lo que soportó el trato y las privaciones de que fue objeto la comunidad judía. Tras la instauración del régimen comunista, y con la progresiva disminución de la libertad de expresión, Steinhardt fue expulsado de la abogacía y de la redacción de la Revista Fundatiilor Regale. En esta época se refugia en el peregrinaje por las iglesias de Bucarest y la lectura de teología y espiritualidad ortodoxa.
Como comentábamos en la entrada anterior una vez acabado el proceso Noica-Pillat, Steinhardt pasa a cumplir su condena. Ya en los interrogatorios de la Securitate conocerá compañeros sacerdotes de distintas creencias. Hay que apuntar que en 1948 el régimen comunista obligó a la iglesia greco-católica a pasarse a la confesión ortodoxa para evitar su dependencia de Roma. Sus bienes fueron confiscados por el Estado, sus iglesias entregadas a los ortodoxos y los monasterios clausurados. Por su parte la iglesia ortodoxa sufrió una purga de sacerdotes siendo sustituidos por agentes comunistas. Las cárceles se llenaron de sacerdotes acusados de perseverar en el catolicismo y conspirar al servicio del Vaticano.
Al conocer los doce años de sentencia, Stenhardt en su celda de la Securitate pide a su compañero ser bautizado:"le digo que es imposible que pueda resistir hasta el final", "todas las celdas de las cárceles están repletas de clérigos, pero en general tienen miedo". Será en la prisión de Jilava (celda 34) donde se cumplan sus esperanzas, tras pasar una huelga de hambre:
"la celda 34 es una especie de túnel oscuro y largo, como una pesadilla. Es una cueva, un canal, una entraña subterránea, fría y profundamente hostil, una vida yerma, un cráter de volcán apagado, una imagen bastante lograda de un infierno descolorido. En este lugar siniestro hasta la irrealidad iba a vivir los días más felices de toda mi vida. ¡Qué feliz pude ser en la celda 34!."
Allí encuentra al padre Iuliu, al padre Nicolae, el madre Mina y monjes de Besarabia. Es en esta celda donde recibe su primer catecismo. Al querer ser bautizado, él elige sin dudar la confesión ortodoxa. Sin embargo los greco-católicos asisten como homenaje a su fe, es allí donde promete luchar por la causa ecuménica.
El cristianismo para Steinhardt es el riesgo absoluto y la contradicción. No ofrece ninguna certeza, sólo incertidumbre. Su paradoja consiste en que de una parte debemos de ser felices y de otra sentir profundamente la desgracia de la condición humana. Se debe estar convencido de la relatividad de las cosas y ser desprendido, pero al mismo tiempo tener firmes convicciones "¿Cómo se puede asociar sonrisa y gravedad?".
El cristianismo no es sólo una explicacion de la vida, ni un elevado código de comportamiento, ni un acto de obediencia ante el Único. Es mucho más, es el amor y el poder salvador del perdón, ninguna religión concibe la redención de los pecados más allá del camino lógico de la compensación. Dios es quien se sacrifica y esto provoca irritación en el orden y la razón. Se cae entonces en el extremo de negar a Dios Padre y reconocer sólo a Cristo como un símbolo del hombre y del prójimo, de los problemas humanos que en muchos casos se confunden con preocupaciones políticas; se elimina a Dios y se seculariza a Cristo. De tal manera que a aquel que nos ha creado a su imagen y semejanza le pagamos con la misma moneda: imaginándolo a nuestra imagen y semejanza. No podemos creer en un Dios que perdona, admitimos milagros materiales fantásticos, pero no podemos concebir el perdón.
El cristianismo pide que creamos en libertad y para colmo poniendolo difícil, con gusto por acumular obstáculos. Se nos pide que neguemos la evidencia y demos fe a un no-hecho. Pero el acto de crucifixión, como medita Steinhardt, fue en serio, ni los mismo apóstoles creían que iba a resucitar. Fue una catástrofe, el desconcierto, el fracaso.
La desesperación de la cruz evita que sea una patomima, el crucificado no se ha burlado de nosotros. Si no hubiera sido así se parecería más a un ritual, algo "digerible". Pero Dios no ha engañado a nadie, no ha pagado con sufrimiento aparente, se ha hecho semejante a nosotros también en la desesperación.
En la prisión de Gherla (celda 88), Steinhardt encuentra a curas de muchas confesiones. Se organizan clandestinamente misas interconfesionales: curas romano-católicos, uniatas, ortodoxos, pastores luteranos y calvinistas, predicadores adventistas...
"Nadie puede reproducir el esplendor de estas misas sin altar, sin incienso, sin órgano y sin objetos de culto. Las delgadas siluetas vestidas a rayas, las cabezas rapadas, los rostros pálidos, las palabras y los cantos murmurados para que no oigan los carceleros, crean una atmósfera que rivaliza en intensidad y en energía entusiasta con las más fastuosas ceremonias de las más majestuosas catedrales del mundo"
A su salida de la cárcel y tras la muerte de su padre, Steinhard intenta hacerse monje, pero su condición de detenido hace que ningún monasterio lo admita por temor a la Securitate. Finalmente en agosto de 1980 toma los hábitos en el monasterio de Rohia, haciéndose cargo de su biblioteca. Desde entonces y tal como dijo el día de su bautismo luchó siempre por la causa ecuménica y también por lograr la libertad, ya que para él la espiritualidad no puede respirar más que donde hay libertad y donde la virtud provenga de la libre elección. Cristo no pone condición previa y cuando llegamos a ser suyos no abandonamos la impureza por obligacion sino por una inmensa vergüenza.
En 1983 en uno de los registros que se le practicaron, se descubre su implicación en la difusión de la literatura rumana. Enviaba los libros a Radio Europa Liberá, emisora libre que radiaba programas en rumano desde Zurich.
Muere el 30 de marzo de 1989, pocos meses antes de la caída del muro de Berlín.
El libro está lleno de párrafos muy bonitos, pero cierro está entrada con uno de resonancia española (Steinhardt tenía una gran cultura) y que al mismo tiempo nos revela mucho de su autor:
"El cristianismo me mantiene con algo juvenil en mí; no estoy aburrido, no estoy decepcionado, no estoy asqueado, no estoy enfadado. A la presencia siempre viva de Cristo le debo el hecho de no pudrirme y no fermentar en un odio contra los demás y contra mí. Esta es mi suerte, inesperada, insospechada: que se me haya concedido creer en Dios y en Cristo, sabiendo, por otro lado, lo que ha dicho Unamuno: creer en Dios significa desear que exista y, además comportarte como si existiera.
Sólo porque soy cristiano me visita (a despecho de cualquier razón) la felicidad, ¡un extraño delirio!. Sólo gracias al cristianismo no deambulo (crispado y humillado) por callles diurnas y nocturnas de la ciudad, espacio proustiano descompuesto por el tiempo, y solo gracias al cristianismo no llego a ser también yo (como dice François Mauriac en Destinos) uno de esos cadáveres que arrastra, vivos, el agua de la vida; ni a contarme entre los que todavía no han entendido (Hechos 20,35) que hay más felicidad en dar que en recibir"